Aún ninguna tecnología iguala el calor humano, el aroma del cabello, la calidez de una sonrisa o el afecto en un apretón de manos. Miro hacia atrás y recuerdo mi época de colegial y me resulta inevitable hacer comparaciones.
Basta con echar la memoria hacia los recuerdos para observar aquellos pasillos llenos de risas, conversaciones, juegos, chistes. Hoy son una llama extinta de una vivencia en vías de desaparecer.
Era una sociedad que se comunicaba presencialmente. El fenómeno de redes sociales En la actualidad la fascinación por lo tecnológico hace del mundo uno más ágil, pero a la vez produce un deterioro de la comunicación entre las personas, entre el mar de posibilidades de nuestra era.
De repente, la ironía de todo este acervo comunicacional al instante crea confusión entre la variedad de mensajes signos y temas inagotables de conocimiento. A los cuales tenemos acceso sin tener que acudir a una enciclopedia o bibliotecas públicas.
Hoy la falta de conocimiento de las personas dentro de cualquier red social mal utilizada genera una sociedad silenciosa. Capaz de comunicarse solo por textos, sin hacer acto de presencia. Escondidos tras palabras e intimidados por la falta de bagaje cultural...
Tal aspecto conduce al retroceso en el tiempo en el nivel comunicacional de la sociedad. Es paradójico que habiendo tantos recursos útiles en internet más de un 40% de la población mundial que navega en la red, no sabe sacarle provecho a lo bueno que hay ahí dentro. Dejándose seducir por aspectos vanos.
Saber que la comunicación en pocos años va a mutar hacia una dependencia al cien por ciento por parte del ser humano sobre la tecnología, es la semejanza de un apocalipsis comunicacional avisado desde hace un tiempo atrás. Sin embargo, el desinterés por aprender a llevar un mundo paralelo y equilibrado entre la comunicación y lo tecnológico es una utopía.
El premio por nuestro desinterés será sumergirnos en un mundo virtualmente globalizado. La pérdida de nuestra privacidad, y en especial de nuestra lengua se transformarán en el obsequio por mal utilizar la información que ofrecen los medios.
Los medios de comunicación han abarrotado los sitios web. Apelan a los gustos más diversos. Hay de todo y para todos. Ello crea una locura de absorción difícil de digerir.
Harold Laswell, uno de los padres de la comunicación tenía y sigue teniendo razón al sostener que las personas son como “borregos tontos” al aceptar sin ningún análisis lo que el emisor les ponga por delante.
De repente la ciudad es la ventana más óptima para comprobar los efectos visibles.
Sin embargo, para notarlos hay que apelar a la comunicación no verbal. Es frecuente la típica escena de una persona inmersa en sí misma ya sea por un reproductor de música o un celular. Reflejan el desinterés por socializar con el entorno de su rededor.
Para comunicarnos consigo mismos hay diversidad de recursos, los cuales a su vez ocasionan un aislamiento. El precio de ello es conocer cada vez menos a las personas. Sus intereses, gustos, afinidades. Aunque las redes sociales tienen la capacidad de clasificar a los grupos de acuerdo con características en común, hasta el momento no logran el don de un contacto real.
Hay quienes argumentan toda una fascinación de rica cultura dentro del ciberespacio, a pesar de que ya se mencionó que el 40% de la población mundial cuando usa el recurso de internet lo hace para aspectos de poca importancia. El vagar por horas chateando y sumergirse en la red sin saber a dónde ir son sólo ejemplos de contextualización visibles en nuestra cotidianeidad.
Hoy se habla de una cultura global enfrascada en el mundo de internet. Por cultura según en la Real Academia Española se entiende “conjunto de conocimientos de una persona” o bien “modos de vida de una sociedad en determinada época”
Lo malo de todo es que cuando ese mar cultural no tiene un capitán que guíe a buen puerto (el puerto del conocimiento) la cultura se convierte en una redundancia de ideas sin acomodo alguno.
Pues tanta información colgada en la red lejos de producir cultura, termina ocasionando un caos mental sin saber el norte correcto.
El aislamiento familiar y social es cada día más evidente… ¿Y cómo empezó esta degradante secuencia? Quizá el germen de la incomunicación se lo inoculó al crío ya hace tiempo la propia familia. ¿Cómo? Practicando todos el drástico ritual del silencio de la familia ciberconectada. Les pongo un ejemplo. En la mesa del comedor están sentados padres e hijos. Nadie habla. A lo sumo se oye un alarido cuando uno de los comensales se quita los auriculares de las orejas. Padre y madre, además, están atentos al informativo de la televisión. La hija mayor y el mediano no paran de mandar mensajes con sus móviles. El pequeño, entre bocado y bocado, no suelta su maquinita de videojuegos. La escena puede parecer exagerada, pero doy fe de que es tan real como la vida misma. En bastantes hogares de nuestra aldea global y digital, las familias han enmudecido. La era de la comunicación ha traído la más feroz incomunicación.
Así las cosas, tanto ha cambiado nuestro modo de vida con las nuevas tecnologías de la comunicación que parecería que la soledad y la angustia son males de la era de la “comunicación”, parecen ser las complicaciones psíquicas más frecuentes de la postmodernidad.
Paradojalmente estamos cada vez más comunicados pero cada vez se habla menos. A veces, lo que se producen son diálogos efímeros, sin gran contenido afectivo y con muy bajo nivel de compromiso y responsabilidad. Podemos pensar en que todos tenemos celular, ya ni nos imaginamos nuestras vidas sin ellos y por favor q no se nos olvide en casa…
Por medio de mensajitos de texto o rápidas llamadas podemos decir o conversar mucho pero muy poco a la vez. Podemos cancelar una cita planeada con mucha antelación con un mínimo mensajito de texto. Antes la gente se ponía de acuerdo personalmente o por teléfono de línea para encontrarse y no se suspendían, se iba se los dejaba plantados. No había un “le mando un mensajito”
…
También chateamos y allí pasa de todo, podemos decir desde la pavada más grande a lo más obsceno, pasando por lo ridículo y lo insignificante sin límite alguno. La pantalla nos permite acercarnos a todo tipo de gente. Gente de todo el mundo, gente de distintas edades, gente con distintos ideales, etc. Pero también nos permite desinhibirnos y por que no escondernos. Es mucho más fácil y descomprometedor decir las cosas por chat o por mail que cara a cara. Quizás a alguien le haya sucedido que hayan hablado por la pc desinhibidamente y cuando se encontraron con esa persona cara a cara llevó un tiempito romper el hielo. Hablamos de este ejemplo como la mínima diferencia que hay entre la comunicación virtual y la personal. Se sabe que hoy en día se ama y se sufre a través de Internet con personas que sabemos que existen en el mundo, pero que quizás jamás vayamos a conocer”.
Se perdió lo esencial, el contacto directo entre las personas, los amigos, los familiares, todo se dice a través de Internet cuando no hay nada mejor que decir las palabras personalmente y entablar una conversación entretenida y enriquecedora a la vez. No hay que perder el habito de encontrarse y disfrutar de un café con los amigos, familiares, allí pueden contarnos como se sienten verdaderamente, cosa que quizás no la hacen a través de la red porque al no ver a la cara al otro todo es diferente.
Y si, nos sentimos solos, incomunicados y eso que estamos rodeados de comunicación y aparatos que sirven para comunicarnos, y es porque nada se compara a la comunicación interpersonal que debemos tratar de rescatar, aunque indefectiblemente esta en extinción.-